Yo solo era un marinero con alma de escritor, de poeta, pero
te puedo asegurar que mi mayor pasión no era el mar, no era la letra, era ella.
Era increíble que una humanidad tan pequeña pudiese darme más sentido que el
sol y el viento cuando navegaba un turbulento mar. Nunca me perdí, porque ella
siempre fue el norte.
Recuerdo cuando mi prioridad era la vida del marinero, la del
pirata, la vida baja donde no existen consecuencias, en ese justo momento donde
la brújula que guiaba mi vida no encontraba un puerto donde anclar, donde la
consecuencia más grave no me importaba, ahí la encontré. Ella con su actitud de
princesa rebelde, una mezcla de cada una de las virtudes de las que yo carecía
todo cubierto con una belleza que en mi vida en el mar pude conseguir observar,
no había isla, arrecife o paisaje que se comparara con lo que pude ver en ella,
había encontrado en ella, un gran tesoro.
Obviamente, al principio ella hizo todo lo posible para que
yo no tuviera la menor opción, hasta que un día las consecuencias de las
casualidades hicieron que descubriera que detrás del marinero de la vida baja,
había un alma que deseaba ser salvada, un ser que nunca tuvo el coraje de
aceptar que el mar solo era un amante pasajero y que había encontrado un sonido
que hacia acelerar mi corazón mucho más que el rugir de las olas: su voz.
Y pasaron muchas lunas junto a ella, hasta que la vida hizo
de las suyas, se la llevo, se la llevo a un lugar mejor, un lugar donde yo no
podía estar con ella, mi brújula se había quedado sin dirección y mi barco de
mi alma naufrago, yo no quería estar y mucho menos quería estar sin ella.
Así que me fui a buscar respuestas donde mi primer amor: el mar
y después de tanto navegar, una tormenta rompió mi barco y yo me desvanecí. Al
despertar, no sabia donde me encontraba, caminaba y caminaba. Estaba en una
pequeña isla en el medio de la nada, al rato de tanto caminar y caminar mis
sentidos solo percibían cosas que me hacían recordarla: el olor del laurel, los
colores de los tulipanes y los lirios que encontraba al dar pasos y pasos, el
sonido de las aves. Pero lo ultimo que encontré fue lo que mas me impacto: un
pequeño faro que nunca había visto en todos mis años en el mar, entre y subí
sus escaleras, me asome y pude ver como el mar estaba picado, las olas median
fuerza unas con otras, no dejaba de pensar en ella, la recordé con algo que me
dijo en una de nuestras aventuras “cuando te sientas perdido, siempre hallare
la manera para encontrarte”.
Entre lagrimas y sollozos me di cuenta que tenia razón, a
pesar de todo me encontró y aunque ella no este puedo decir que: si el mar de
la vida se pone difícil, ella es la islita con el faro donde yo paro a
descansar.